MATERIALISMO CON ESMOQUIN
por: RODOLFO GONZALEZ PEREZ
18 de abril de 2015
No puedo mantenerme impasible cuando he leido de parte de un señor un escrito donde pretende sustituir la religión con la espiritualidad, algo que me parece radicalmente absurdo y me atrevo a pensar que este señor no sabe ni siquiera de lo que habla. Hoy se ha puesto de moda declararse espiritual pero no religioso, MUCHAS TENDENCIAS como las de la Nueva Era, filosofías orientalistas mescladas con las nuestras en occidente, y muchas idioteces más que leemos por ahí son la, cláusula que sirve para atribuirse lo que da buena imagen a la fe sentimientos filantrópicos, tolerancia universal, sin los inconvenientes de la religión organizada dogmas, preceptos, exclusividad.
Pero unas creencias blandas no nos sostendrán cuando necesitemos agarrarnos a algo firme, a algo como la fe en Cristo los valores que el enseño, las virtudes y el camino a la salvación.
La falsa espiritualidad que hoy algunas corrientes enseñan no son más que un materialismo maquillado y con esmoquin. Es una de las herramientas que utiliza el enemigo para atentar contra la fe Cristiana. Este materialismo exacerbado es nacido de un odio implacable contra la religión y la fe Cristiana.
Para cualquiera que tenga la sensación de que ha de explicar su falta de práctica religiosa; y como reivindicación de excelencia para los preocupados por ser superiores a los que practican una religión establecida. Es el equivalente religioso de yo ya hice una donación en la oficina o me llaman por la otra línea o yo no como carne.
Materialismo con Esmoquin
Ser verdaderamente espiritual en una escala en la que el Dios católico parece atascado en el medio significa, según las apariencias, ser indiferentemente incluyente o (dicho de otra forma) a-dogmatico.
Ese dios de la nueva espiritualidad que perdona a todos y no excluye a nadie no pone objeción a las orgías en clubes eróticos. Un tanto a su favor, desde un punto de vista. Pero entonces tampoco pone objeción a los asesinos, ni a los torturadores ni a los banqueros corruptos, ni a los pederastas. Un tanto a su favor desde el punto de vista de nadie.
A medida que declina la práctica de la fe en la infancia, podemos definir según estas prácticas modernas, que lo espiritual es como el desarrollo de la autocomprensión, la preocupación por los demás, la transformación en alguien más cosmopolita y la aceptación de otros que pertenecen a confesiones distintas. Lisa y llanamente, disfrazaron las actitudes de las que eran partidarios los religiosos cristianos en denominándolas espirituales, pero acomodadas al materialismo. Esa clase de espiritualidad, separada de cualquier cosa específicamente religiosa, no es más que materialismo con esmoquin.
Creencias de Peluche
La palabra espiritual carece de significado útil si no se refiere a una relación con un espíritu real, ósea con Dios, con algo procedente de un mundo que no es el nuestro, con algo sobrenatural, con algo o alguien que nos dice cosas que no sabemos, que juzga nuestras faltas y que nos da ideales por los que esforzarnos y quizá ayuda para alcanzarlos. No es una palabra útil si significa una inclinación general, o una estructura mental, o un patrón emocional, o un conjunto de actitudes o una colección de valores. No existe razón para definir nada de ello como espiritual.
Salvo que, naturalmente, a uno le guste esa leve sensación de importancia y ese reconfortante sentido de la aprobación social que nuestra sociedad sigue otorgando a las cosas espirituales, aunque no a las religiosas. Es una palabra cálida y difusa. Es una palabra monísima, como un conejito de peluche. No es nada parecido a religión, palabra fría y áspera, más propia de un predicador que aúlla y al que le huele el aliento.
Sin embargo, no se quiere una mejor definición. En el mismo momento en el que uno reconoce a un espíritu verdadero hacia el que se orienta la espiritualidad y por el que ésta es orientada, por distante y ajeno a todo compromiso que ese espíritu resulte, uno tiene una religión. Está ligado a alguien. Tiene instrucciones imperativas. Tiene que preguntar lo que el espíritu quiere y lo que exige y lo que dice.
Tal y como lo expresó el escritor Malcolm Muggeridge, converso él mismo de una vaporosa especie de religión, ansiamos un cristianismo sin lágrimas... un idilio más que un drama, que tenga un final feliz en lugar de esa descarnada cruz que se alza tan inexorablemente contra el cielo. El espíritu puede resultar ser un puritano. Puede decir algo sobre tomar una cruz. Es mejor ser espiritual sin espíritu y confiar en que nadie se dé cuenta.
Pero, ¿por qué molestarse en ser espiritual? ¿Por qué no ser al menos agnóstico? Ser espiritual es una especie de posición natural por defecto. Espiritual pero no religioso brinda un compromiso llevadero entre ambos lados de nuestra naturaleza: nuestro deseo de Dios y el de ser nosotros mismos Dios.
Queremos lo espiritualoide porque Dios nos hizo quererle; pero no queremos quererle y no le queremos en las condiciones que Él fija. Si nuestros corazones están inquietos sin Dios, como dijo san Agustín, pueden tranquilizarse con sucedáneos, entre los que la espiritualidad resulta más fácil de hallar y mucho menos costosa que las alternativas. Las drogas y la bebida son dañinas; la riqueza y el sexo son difíciles de conseguir y el éxito exige trabajo.
Hay algo en nosotros... que exige el acto redentor, que clama por que lo que se venga abajo tenga al menos la oportunidad de ser restaurado. El hombre moderno busca este gesto, y con toda la razón, pero lo que ha olvidado es el coste que tiene. Su sentido del mal está diluido o falta por completo; por lo tanto, ha olvidado el precio de la rehabilitación.
La nuestra es una época que ha domesticado la desesperación y ha aprendido a vivir felizmente con ella. Con mucha frecuencia, a mi parecer, lo que distingue lo espiritual de lo religioso, una vez vaciado lo primero de todo significado, es la ideología, la justificación de la desesperación domesticada. Es una forma de sentirse mejor estando solo en el universo, reivindicando una cierta relación con algo que nos supera, aunque no sabemos qué es. El marxismo está muerto como fuente de esperanza humana, pero permanece con nosotros el intento de hallar esperanza en una abstracción que se mantenga lejos de nosotros, a buen recaudo. El libertino que proclama ser espiritual me recuerda a los académicos que solían ser conocidos como marxistas a la Gucci, que predicaban la revolución y cuyo radicalismo les llevaba a sentirse muy satisfechos de sí mismos, pero que llevaban la vida más sibarítica y lujosa que quepa imaginar, y se justificaban pensando que la revolución no había llegado.
El hombre que se consume víctima del cáncer de páncreas no recibirá ayuda ni consuelo de lo espiritual, que le parecerá mucho menos cordial y reconfortante cuando sienta un dolor que la morfina no pueda erradicar. No tiene a nadie a quien pedir ayuda; a nadie a quien suplicar que le consuele; a nadie que le acompañe; a nadie con quien encontrarse cuando traspase los límites de este mundo y se adentre en el otro, esta es la esperanza de un espiritual que odia la religiosidad. Pero en el fondo Él quiere lo que la religión promete. Y tiene razón al quererlo. El hombre moribundo es el hombre verdadero en el sentido de que él es quien nos revela lo que esencialmente somos. Yacemos en nuestro lecho de muerte desde el día en que venimos al mundo.
Los moribundos no quieren al Dios de la espiritualidad sino al Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
por: RODOLFO GONZALEZ PEREZ
18 de abril de 2015
No puedo mantenerme impasible cuando he leido de parte de un señor un escrito donde pretende sustituir la religión con la espiritualidad, algo que me parece radicalmente absurdo y me atrevo a pensar que este señor no sabe ni siquiera de lo que habla. Hoy se ha puesto de moda declararse espiritual pero no religioso, MUCHAS TENDENCIAS como las de la Nueva Era, filosofías orientalistas mescladas con las nuestras en occidente, y muchas idioteces más que leemos por ahí son la, cláusula que sirve para atribuirse lo que da buena imagen a la fe sentimientos filantrópicos, tolerancia universal, sin los inconvenientes de la religión organizada dogmas, preceptos, exclusividad.
Pero unas creencias blandas no nos sostendrán cuando necesitemos agarrarnos a algo firme, a algo como la fe en Cristo los valores que el enseño, las virtudes y el camino a la salvación.
La falsa espiritualidad que hoy algunas corrientes enseñan no son más que un materialismo maquillado y con esmoquin. Es una de las herramientas que utiliza el enemigo para atentar contra la fe Cristiana. Este materialismo exacerbado es nacido de un odio implacable contra la religión y la fe Cristiana.
Para cualquiera que tenga la sensación de que ha de explicar su falta de práctica religiosa; y como reivindicación de excelencia para los preocupados por ser superiores a los que practican una religión establecida. Es el equivalente religioso de yo ya hice una donación en la oficina o me llaman por la otra línea o yo no como carne.
Materialismo con Esmoquin
Ser verdaderamente espiritual en una escala en la que el Dios católico parece atascado en el medio significa, según las apariencias, ser indiferentemente incluyente o (dicho de otra forma) a-dogmatico.
Ese dios de la nueva espiritualidad que perdona a todos y no excluye a nadie no pone objeción a las orgías en clubes eróticos. Un tanto a su favor, desde un punto de vista. Pero entonces tampoco pone objeción a los asesinos, ni a los torturadores ni a los banqueros corruptos, ni a los pederastas. Un tanto a su favor desde el punto de vista de nadie.
A medida que declina la práctica de la fe en la infancia, podemos definir según estas prácticas modernas, que lo espiritual es como el desarrollo de la autocomprensión, la preocupación por los demás, la transformación en alguien más cosmopolita y la aceptación de otros que pertenecen a confesiones distintas. Lisa y llanamente, disfrazaron las actitudes de las que eran partidarios los religiosos cristianos en denominándolas espirituales, pero acomodadas al materialismo. Esa clase de espiritualidad, separada de cualquier cosa específicamente religiosa, no es más que materialismo con esmoquin.
Creencias de Peluche
La palabra espiritual carece de significado útil si no se refiere a una relación con un espíritu real, ósea con Dios, con algo procedente de un mundo que no es el nuestro, con algo sobrenatural, con algo o alguien que nos dice cosas que no sabemos, que juzga nuestras faltas y que nos da ideales por los que esforzarnos y quizá ayuda para alcanzarlos. No es una palabra útil si significa una inclinación general, o una estructura mental, o un patrón emocional, o un conjunto de actitudes o una colección de valores. No existe razón para definir nada de ello como espiritual.
Salvo que, naturalmente, a uno le guste esa leve sensación de importancia y ese reconfortante sentido de la aprobación social que nuestra sociedad sigue otorgando a las cosas espirituales, aunque no a las religiosas. Es una palabra cálida y difusa. Es una palabra monísima, como un conejito de peluche. No es nada parecido a religión, palabra fría y áspera, más propia de un predicador que aúlla y al que le huele el aliento.
Sin embargo, no se quiere una mejor definición. En el mismo momento en el que uno reconoce a un espíritu verdadero hacia el que se orienta la espiritualidad y por el que ésta es orientada, por distante y ajeno a todo compromiso que ese espíritu resulte, uno tiene una religión. Está ligado a alguien. Tiene instrucciones imperativas. Tiene que preguntar lo que el espíritu quiere y lo que exige y lo que dice.
Tal y como lo expresó el escritor Malcolm Muggeridge, converso él mismo de una vaporosa especie de religión, ansiamos un cristianismo sin lágrimas... un idilio más que un drama, que tenga un final feliz en lugar de esa descarnada cruz que se alza tan inexorablemente contra el cielo. El espíritu puede resultar ser un puritano. Puede decir algo sobre tomar una cruz. Es mejor ser espiritual sin espíritu y confiar en que nadie se dé cuenta.
Pero, ¿por qué molestarse en ser espiritual? ¿Por qué no ser al menos agnóstico? Ser espiritual es una especie de posición natural por defecto. Espiritual pero no religioso brinda un compromiso llevadero entre ambos lados de nuestra naturaleza: nuestro deseo de Dios y el de ser nosotros mismos Dios.
Queremos lo espiritualoide porque Dios nos hizo quererle; pero no queremos quererle y no le queremos en las condiciones que Él fija. Si nuestros corazones están inquietos sin Dios, como dijo san Agustín, pueden tranquilizarse con sucedáneos, entre los que la espiritualidad resulta más fácil de hallar y mucho menos costosa que las alternativas. Las drogas y la bebida son dañinas; la riqueza y el sexo son difíciles de conseguir y el éxito exige trabajo.
Hay algo en nosotros... que exige el acto redentor, que clama por que lo que se venga abajo tenga al menos la oportunidad de ser restaurado. El hombre moderno busca este gesto, y con toda la razón, pero lo que ha olvidado es el coste que tiene. Su sentido del mal está diluido o falta por completo; por lo tanto, ha olvidado el precio de la rehabilitación.
La nuestra es una época que ha domesticado la desesperación y ha aprendido a vivir felizmente con ella. Con mucha frecuencia, a mi parecer, lo que distingue lo espiritual de lo religioso, una vez vaciado lo primero de todo significado, es la ideología, la justificación de la desesperación domesticada. Es una forma de sentirse mejor estando solo en el universo, reivindicando una cierta relación con algo que nos supera, aunque no sabemos qué es. El marxismo está muerto como fuente de esperanza humana, pero permanece con nosotros el intento de hallar esperanza en una abstracción que se mantenga lejos de nosotros, a buen recaudo. El libertino que proclama ser espiritual me recuerda a los académicos que solían ser conocidos como marxistas a la Gucci, que predicaban la revolución y cuyo radicalismo les llevaba a sentirse muy satisfechos de sí mismos, pero que llevaban la vida más sibarítica y lujosa que quepa imaginar, y se justificaban pensando que la revolución no había llegado.
El hombre que se consume víctima del cáncer de páncreas no recibirá ayuda ni consuelo de lo espiritual, que le parecerá mucho menos cordial y reconfortante cuando sienta un dolor que la morfina no pueda erradicar. No tiene a nadie a quien pedir ayuda; a nadie a quien suplicar que le consuele; a nadie que le acompañe; a nadie con quien encontrarse cuando traspase los límites de este mundo y se adentre en el otro, esta es la esperanza de un espiritual que odia la religiosidad. Pero en el fondo Él quiere lo que la religión promete. Y tiene razón al quererlo. El hombre moribundo es el hombre verdadero en el sentido de que él es quien nos revela lo que esencialmente somos. Yacemos en nuestro lecho de muerte desde el día en que venimos al mundo.
Los moribundos no quieren al Dios de la espiritualidad sino al Dios de Abraham, Isaac y Jacob.