LAS BODAS DE CANÁ DE GALILEA
por: RODOLFO GONZALEZ PEREZ
20 de abril de 2016
PARTE I
Introducción
Yo soy cristiano desde los 14 años de edad, estoy orgulloso de serlo, de haber encontrado en Jesús, a mi amigo, a mi compañero, a mi salvador y consejero, pero las evidencias de lo que expondré están muy claras y latentes en la enseñanza bíblica por más que se quiera tapar todo por parte de algunas doctrinas cristianas. Y sabemos que el sol de la verdad no puede taparse con un dedo. Cristo es mi salvador, es nuestro Salvador, pero su salvación a la humanidad radico en su mensaje, en el reino de los cielos que según él se había acercado, su mensaje de amor, de unidad, eso es lo que nos salvara. No nos salva la Iglesia, los pastores u Obispos, solo cumpliendo la palabra de Jesús, sus consejos, sus mandatos, eso es lo que nos salvara. Pero para salvarnos tenemos que también conocer la verdad, porque esa verdad nos hace libres. Yo creería en Jesucristo aun sin el venir a salvarnos como muchas Iglesias piensan que vendrá en las nubes. Yo creo en el aunque eso no ocurra. Por qué? Porque el ya nos ha salvado, el nos ha salvado con su mensaje de luz que ahuyenta toda oscuridad, solo tenemos que cumplirlo, entonces ese reino de los cielos que se acerco a nosotros, vivirá en nosotros y nosotros en él, porque ese reino es el reino del amor. Quien cree en Jesucristo por las dadivas y bendiciones o salvación que el prometió, no son diferentes a aquellos que lo seguían por los panes y los peces. Debemos creer por convicción, por amor a él y no por esperar algo a cambio. La gran mentira que manipulo la Iglesia de Constantino de la venta de las indulgencias, el perdón eterno de los pecados, el miedo al infierno y la salvación en el reino celeste como dicen ellos, no fue más que una indignante mentira para atraer más fieles sumisos y enriquecer sus arcas. El miedo al infierno inoculado por la Iglesia de Constantino ha sido el arma, más potente de destrucción masiva, que ha provocado la sumisión y esclavitud de muchas mentes humanas durante siglos. El reino de los cielos señores míos es el amor que Jesús nos enseño y que lo práctico Mahatma Gandhi y tantos otros hombres honorables. Ese amor inmenso de el cual todos estamos imantados pero que no sabemos vivirlo, porque es tan sublime que nuestra iniquidad pone barreras para asumirlo del todo para que guie nuestra vida, por nuestros egoísmos, celos, envidias y pretensiones humanas. Jesús quiere salvarnos pero salvarnos de todas esas miserias humanas porque solo así, podemos vivir en su reino de amor. Por su puesto que el infierno y la promesa del reino de los cielos en un sentido de, lugar de estado armonioso existen, pero su comienzo está aquí en esta mortal y material existencia. Algunos seguirán viviendo en el infierno en esta y en la otra vida y otros en cambio moraran en el reino de paz y amor ya desde esta vida y en la venidera. Ser consciente de estas cosas cuesta, cuesta mucho dado que la mente humana esta tan institucionalizada, tan esquematizada que no podemos ver mas allá de nuestros ojos físicos. Por eso el maestro nos dice:
Mat 13:9 El que tiene oídos para oír, oiga.
Las bodas de Caná
Sabemos que los esponsales de un judío se hacían a temprana edad y que era prácticamente su obligación social, cultural y religiosa. En el caso de Jesús, hasta donde hemos visto, se puede inferir, con posibilidad de verdad que, por la misma naturaleza de la enseñanza que transmite, es un hombre casado y que, por lo tanto, hubo de contraer nupcias en algún momento de su vida. Para Orson Hyde, en Young,[1] no hay duda de que las bodas de Caná fueron las del propio Jesús, y lo manifiesta en estos términos:
Jesús no es un recluta, ni ermitaño, ni ascético. Él vino comiendo y bebiendo, disfrutando de la interacción social del día natural, normal y saludablemente.
Ahora bien, respecto a que si las bodas de Caná se corresponden con sus esponsales es bien discutido; sin embargo, lo que sí es cierto, y tal como lo habría hecho notar McConkie (Doctrinal New Testament Commentary, V. 1. P. 135), es que es posible hallar en dicho relato ciertas circunstancias que resultan un poco anómalas o, en el mejor de los casos, que no pueden dejar de llamar la atención.
Jn 2, 1: Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús.
2: Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos.
3: Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino.
4: Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.
5: Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere.
6: Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros.
7: Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
8: Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron.
9: Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo:
10: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora.
Es evidente, e implícitamente se acepta, que las palabras del maestresala están dirigidas al propio Jesús. Por lo demás, entre los versículos 4 y 5 parece haber una ruptura en la secuencia del relato. Jesús, aparentemente, da una negativa, pero en el versículo siguiente hallamos que su madre está ordenando a los criados que hagan todo lo que él les diga. Sin embargo, y obviando este hecho, es evidente que para ser sólo invitados ambos se toman atribuciones que no les competen, y resulta además indelicado disponer en una casa ajena con respecto a cosas ajenas y criados ajenos, con el agravante de hacerlo de forma inconsulta. Y es que la verdad el comportamiento de ambos no parece ser el de invitados, sino el de anfitriones. La madre de Jesús se muestra como la organizadora, y está pendiente de los detalles, y es justamente ella la que advierte que no les queda vino. Ella ordena a los sirvientes y éstos, se muestran indiferentes a tal orden y obedecen indistintamente a ambos, tanto a la madre de Jesús como a Jesús mismo. Si ellos no fueran los anfitriones, los sirvientes habrían tenido razones más que suficientes para haberles desobedecido o reclamarles en el sentido que ellos no podían mandar.
La presencia misma de Jesús es extraña porque él, de su cuenta, declara que no ha llegado su hora. Es decir la hora de su ministerio, sus milagros y su prédica, sin embargo el hace una excepción en esa ocasión convirtiendo el agua en vino, su primer milagro. Si entendemos tal afirmación como su ministerio o su obra pública, parece que no debería estar allí, haciendo milagros en público. Y ni qué decir la presencia de María, la que aparece allí sin motivo alguno, como por coincidencias de la vida. El problema es que aparece por coincidencia estando pendiente por los detalles de las fiestas de la boda y ordenando a los sirvientes. Ella es la que se da cuenta que se ha acabado el vino, pero entonces ¿por qué no le manifiesta su inquietud al esposo, al anfitrión? El esposo era el encargado de proveer el vino en su boda según la costumbre judía de la epoca. Sería a él al que debería haberse dirigido y no correr directamente donde Jesús. Éste se encargaría de arreglar el incidente o de enviar a sus sirvientes a comprar más. Claro, esto se explica sólo porque ella es la anfitriona que le está celebrando la fiesta de bodas a su hijo; esto explica el hecho mismo que ella se dirija a Jesús para instarlo a que surta más vino (pues era su deber como el esposo). Y también así se explica el que Jesús se aparezca en ella con el séquito de discípulos que ha hecho; de no ser así, el eventual anfitrión habría invitado sólo a María y a Jesús, y no a toda la camarilla de amigos y discípulos que hubiera conocido éste. Y Jesús, apareciéndose con ellos ahí, de no haber sido él el desposado, se presenta como una arrogación indebida de facultades o, por lo menos, como un gesto bastante indelicado. Otra cosa es cuando hacemos la lectura de que él es el esposo y que invita a sus amigos y discípulos. Entonces tampoco están haciendo milagros de forma pública (que implicaría el inicio de su ministerio) pues se trata de unas bodas privadas donde se invitan sólo a los más allegados e intimos.
Una vez que los sirvientes llenan las tinajas con agua Jesús les ordena que se las lleven al maestresala. Éste tenía la función de servir la mesa de su señor y probar los alimentos para darles su aval (con la finalidad de probar que los mismos no se hallaban envenenados). Pero aquí nos encontramos con un problema y es que, dado que los encargados de servir la mesa, o los criados, estaban a su cargo, lo más natural es que él les hubiera preguntado sobre la persona que le ordena catar el vino o que ellos le dijeran que su señor (¿el esposo?) lo está ordenando. Él prueba el vino; supuestamente no sabe de dónde procede, pero de inmediato llama al esposo y dice:
Jn 2, 10: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; más tú has reservado el buen vino hasta ahora.
A éste, al esposo, es a quien le habría correspondido suministrarlo, y no a un par de invitados. Sin embargo, María y Jesús asumen este papel con autoridad y, sobre todo, con absoluta naturalidad. Y este esposo, en el caso que no fuera Jesús, ¿acaso no se había dado cuenta que Jesús y María estaban dando órdenes en su fiesta de bodas, y ordenando sobre los objetos y criados de su propia casa? Y, si fuera otro diferente de Jesús ¿no le merece decir que él no tenía de ese vino? ¿No le merece preguntar por la persona que lo ha traído? ¿No le merece agradecerle? Sin embargo, como podemos constatar, el evangelio calla, calla, calla. O tal vez no, porque las palabras que dice el maestresala, implícitamente van dirigidas a Jesús, que es el que ha proveído el vino, y lo hace llamar como esposo. De no ser así, estamos ante un esposo fantasma; un esposo que, por un lado, parece ser muy sabio (de acuerdo a las palabras del maestresala), pero, por otro, muy tonto, porque deja que unos invitados usurpen su lugar y él, ni se da por enterado). Ese esposo es el eje del relato, el sabio, el acertado; y no tendríamos problema en aceptar que se trata de un esposo fantasma, excepto porque el que siempre aparece como sabio es Jesús; el que es el eje, no sólo del relato sino de todo el evangelio, es Jesús. Por tanto, la conclusión obvia es que el esposo y Jesús son la misma persona y que las palabras van dirigidas a él.
El relato prácticamente termina ahí, pero sólo unas líneas adelante hallamos otra alusión a Jesús como el esposo, en esta ocasión de labios del mismísimo Juan Bautista, con ocasión sobre la discusión que suscitan los judíos cuando le dicen que Jesús también está bautizando, y que todos van donde él.
Jn 3, 27: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo.
28: Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él.
29: El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido.
Sin dudas se está refiriendo a Jesús el cual ha comenzado su ministerio y lo califica como esposo. Por otra parte no sé por qué tanto revuelo entre algunos cristianos cuando se trata del estado civil de Jesús, en mi opinión el hecho de que él fue casado no le quita ni le perjudica su divinidad y su ministerio salvífico. Jesús como todo judío debió estar casado ya a sus 30 años de edad. Muchos interpretan que la esposa es el pueblo de Israel y que Jesús es el esposo. Inclusive se ha propuesto que se debe asociar a Dios con el esposo y a la iglesia (la congregación) con la esposa. Este significado, hasta cierto, es viable, aunque también se nos antoja que dicha interpretación mutila la esencia del matrimonio y, a decir verdad, no es realista con los pasajes del evangelio. Juan (el amigo del esposo), al referirse a Jesús como el esposo (en caso de que Jesús hubiera sido célibe), no parecería alagarlo, sino burlarse y convertirlo en mofa. Lo más posible es que los judíos no hubieran advertido el significado de fondo de las palabras de Juan y, sin embargo, no protestan diciendo que Jesús no tiene esposa. En síntesis, el evangelio nuevamente calla. O tal vez no, tal vez se nos lo ha dicho desde el principio, pero los ministros de la secta de Constantino se empecinaban en lo contrario. Ahora bien, ¿qué necesidad hay de que se mencione al esposo y a la esposa cuando se discute sobre el bautismo? A menos que Juan estuviera aludiendo a un procedimiento hermético, en el cual es matrimonio sólo es posible con la cooperación de la esposa (el bautismo iniciático se refiere a un trabajo en el que se debe llevar el agua a la cabeza. Generalmente se hace en una pila bautismal, misma que viene a representar al útero, al aspecto femenino).
Las connotaciones simbólicas de las bodas de Caná tendrían similares relaciones. En un aspecto simbólico, la transformación del agua en vino se refiere a un trabajo de alquimia en que se transmuta algo bajo en algo superior. No que el agua sea algo inferior, sino que aquí se representa su transmutación en algo superior. El milagro de las bodas consiste en la transmutación del agua en vino y es el primer milagro que debe obrar el iniciado. Ese vino no es para depositar en un odre descocido ni para extraerlo de su fuente sino que se debe de asimilar en el organismo.
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por: RODOLFO GONZALEZ PEREZ
20 de abril de 2016
PARTE I
Introducción
Yo soy cristiano desde los 14 años de edad, estoy orgulloso de serlo, de haber encontrado en Jesús, a mi amigo, a mi compañero, a mi salvador y consejero, pero las evidencias de lo que expondré están muy claras y latentes en la enseñanza bíblica por más que se quiera tapar todo por parte de algunas doctrinas cristianas. Y sabemos que el sol de la verdad no puede taparse con un dedo. Cristo es mi salvador, es nuestro Salvador, pero su salvación a la humanidad radico en su mensaje, en el reino de los cielos que según él se había acercado, su mensaje de amor, de unidad, eso es lo que nos salvara. No nos salva la Iglesia, los pastores u Obispos, solo cumpliendo la palabra de Jesús, sus consejos, sus mandatos, eso es lo que nos salvara. Pero para salvarnos tenemos que también conocer la verdad, porque esa verdad nos hace libres. Yo creería en Jesucristo aun sin el venir a salvarnos como muchas Iglesias piensan que vendrá en las nubes. Yo creo en el aunque eso no ocurra. Por qué? Porque el ya nos ha salvado, el nos ha salvado con su mensaje de luz que ahuyenta toda oscuridad, solo tenemos que cumplirlo, entonces ese reino de los cielos que se acerco a nosotros, vivirá en nosotros y nosotros en él, porque ese reino es el reino del amor. Quien cree en Jesucristo por las dadivas y bendiciones o salvación que el prometió, no son diferentes a aquellos que lo seguían por los panes y los peces. Debemos creer por convicción, por amor a él y no por esperar algo a cambio. La gran mentira que manipulo la Iglesia de Constantino de la venta de las indulgencias, el perdón eterno de los pecados, el miedo al infierno y la salvación en el reino celeste como dicen ellos, no fue más que una indignante mentira para atraer más fieles sumisos y enriquecer sus arcas. El miedo al infierno inoculado por la Iglesia de Constantino ha sido el arma, más potente de destrucción masiva, que ha provocado la sumisión y esclavitud de muchas mentes humanas durante siglos. El reino de los cielos señores míos es el amor que Jesús nos enseño y que lo práctico Mahatma Gandhi y tantos otros hombres honorables. Ese amor inmenso de el cual todos estamos imantados pero que no sabemos vivirlo, porque es tan sublime que nuestra iniquidad pone barreras para asumirlo del todo para que guie nuestra vida, por nuestros egoísmos, celos, envidias y pretensiones humanas. Jesús quiere salvarnos pero salvarnos de todas esas miserias humanas porque solo así, podemos vivir en su reino de amor. Por su puesto que el infierno y la promesa del reino de los cielos en un sentido de, lugar de estado armonioso existen, pero su comienzo está aquí en esta mortal y material existencia. Algunos seguirán viviendo en el infierno en esta y en la otra vida y otros en cambio moraran en el reino de paz y amor ya desde esta vida y en la venidera. Ser consciente de estas cosas cuesta, cuesta mucho dado que la mente humana esta tan institucionalizada, tan esquematizada que no podemos ver mas allá de nuestros ojos físicos. Por eso el maestro nos dice:
Mat 13:9 El que tiene oídos para oír, oiga.
Las bodas de Caná
Sabemos que los esponsales de un judío se hacían a temprana edad y que era prácticamente su obligación social, cultural y religiosa. En el caso de Jesús, hasta donde hemos visto, se puede inferir, con posibilidad de verdad que, por la misma naturaleza de la enseñanza que transmite, es un hombre casado y que, por lo tanto, hubo de contraer nupcias en algún momento de su vida. Para Orson Hyde, en Young,[1] no hay duda de que las bodas de Caná fueron las del propio Jesús, y lo manifiesta en estos términos:
Jesús no es un recluta, ni ermitaño, ni ascético. Él vino comiendo y bebiendo, disfrutando de la interacción social del día natural, normal y saludablemente.
Ahora bien, respecto a que si las bodas de Caná se corresponden con sus esponsales es bien discutido; sin embargo, lo que sí es cierto, y tal como lo habría hecho notar McConkie (Doctrinal New Testament Commentary, V. 1. P. 135), es que es posible hallar en dicho relato ciertas circunstancias que resultan un poco anómalas o, en el mejor de los casos, que no pueden dejar de llamar la atención.
Jn 2, 1: Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús.
2: Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos.
3: Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino.
4: Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.
5: Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere.
6: Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros.
7: Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
8: Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron.
9: Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo:
10: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora.
Es evidente, e implícitamente se acepta, que las palabras del maestresala están dirigidas al propio Jesús. Por lo demás, entre los versículos 4 y 5 parece haber una ruptura en la secuencia del relato. Jesús, aparentemente, da una negativa, pero en el versículo siguiente hallamos que su madre está ordenando a los criados que hagan todo lo que él les diga. Sin embargo, y obviando este hecho, es evidente que para ser sólo invitados ambos se toman atribuciones que no les competen, y resulta además indelicado disponer en una casa ajena con respecto a cosas ajenas y criados ajenos, con el agravante de hacerlo de forma inconsulta. Y es que la verdad el comportamiento de ambos no parece ser el de invitados, sino el de anfitriones. La madre de Jesús se muestra como la organizadora, y está pendiente de los detalles, y es justamente ella la que advierte que no les queda vino. Ella ordena a los sirvientes y éstos, se muestran indiferentes a tal orden y obedecen indistintamente a ambos, tanto a la madre de Jesús como a Jesús mismo. Si ellos no fueran los anfitriones, los sirvientes habrían tenido razones más que suficientes para haberles desobedecido o reclamarles en el sentido que ellos no podían mandar.
La presencia misma de Jesús es extraña porque él, de su cuenta, declara que no ha llegado su hora. Es decir la hora de su ministerio, sus milagros y su prédica, sin embargo el hace una excepción en esa ocasión convirtiendo el agua en vino, su primer milagro. Si entendemos tal afirmación como su ministerio o su obra pública, parece que no debería estar allí, haciendo milagros en público. Y ni qué decir la presencia de María, la que aparece allí sin motivo alguno, como por coincidencias de la vida. El problema es que aparece por coincidencia estando pendiente por los detalles de las fiestas de la boda y ordenando a los sirvientes. Ella es la que se da cuenta que se ha acabado el vino, pero entonces ¿por qué no le manifiesta su inquietud al esposo, al anfitrión? El esposo era el encargado de proveer el vino en su boda según la costumbre judía de la epoca. Sería a él al que debería haberse dirigido y no correr directamente donde Jesús. Éste se encargaría de arreglar el incidente o de enviar a sus sirvientes a comprar más. Claro, esto se explica sólo porque ella es la anfitriona que le está celebrando la fiesta de bodas a su hijo; esto explica el hecho mismo que ella se dirija a Jesús para instarlo a que surta más vino (pues era su deber como el esposo). Y también así se explica el que Jesús se aparezca en ella con el séquito de discípulos que ha hecho; de no ser así, el eventual anfitrión habría invitado sólo a María y a Jesús, y no a toda la camarilla de amigos y discípulos que hubiera conocido éste. Y Jesús, apareciéndose con ellos ahí, de no haber sido él el desposado, se presenta como una arrogación indebida de facultades o, por lo menos, como un gesto bastante indelicado. Otra cosa es cuando hacemos la lectura de que él es el esposo y que invita a sus amigos y discípulos. Entonces tampoco están haciendo milagros de forma pública (que implicaría el inicio de su ministerio) pues se trata de unas bodas privadas donde se invitan sólo a los más allegados e intimos.
Una vez que los sirvientes llenan las tinajas con agua Jesús les ordena que se las lleven al maestresala. Éste tenía la función de servir la mesa de su señor y probar los alimentos para darles su aval (con la finalidad de probar que los mismos no se hallaban envenenados). Pero aquí nos encontramos con un problema y es que, dado que los encargados de servir la mesa, o los criados, estaban a su cargo, lo más natural es que él les hubiera preguntado sobre la persona que le ordena catar el vino o que ellos le dijeran que su señor (¿el esposo?) lo está ordenando. Él prueba el vino; supuestamente no sabe de dónde procede, pero de inmediato llama al esposo y dice:
Jn 2, 10: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; más tú has reservado el buen vino hasta ahora.
A éste, al esposo, es a quien le habría correspondido suministrarlo, y no a un par de invitados. Sin embargo, María y Jesús asumen este papel con autoridad y, sobre todo, con absoluta naturalidad. Y este esposo, en el caso que no fuera Jesús, ¿acaso no se había dado cuenta que Jesús y María estaban dando órdenes en su fiesta de bodas, y ordenando sobre los objetos y criados de su propia casa? Y, si fuera otro diferente de Jesús ¿no le merece decir que él no tenía de ese vino? ¿No le merece preguntar por la persona que lo ha traído? ¿No le merece agradecerle? Sin embargo, como podemos constatar, el evangelio calla, calla, calla. O tal vez no, porque las palabras que dice el maestresala, implícitamente van dirigidas a Jesús, que es el que ha proveído el vino, y lo hace llamar como esposo. De no ser así, estamos ante un esposo fantasma; un esposo que, por un lado, parece ser muy sabio (de acuerdo a las palabras del maestresala), pero, por otro, muy tonto, porque deja que unos invitados usurpen su lugar y él, ni se da por enterado). Ese esposo es el eje del relato, el sabio, el acertado; y no tendríamos problema en aceptar que se trata de un esposo fantasma, excepto porque el que siempre aparece como sabio es Jesús; el que es el eje, no sólo del relato sino de todo el evangelio, es Jesús. Por tanto, la conclusión obvia es que el esposo y Jesús son la misma persona y que las palabras van dirigidas a él.
El relato prácticamente termina ahí, pero sólo unas líneas adelante hallamos otra alusión a Jesús como el esposo, en esta ocasión de labios del mismísimo Juan Bautista, con ocasión sobre la discusión que suscitan los judíos cuando le dicen que Jesús también está bautizando, y que todos van donde él.
Jn 3, 27: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo.
28: Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él.
29: El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido.
Sin dudas se está refiriendo a Jesús el cual ha comenzado su ministerio y lo califica como esposo. Por otra parte no sé por qué tanto revuelo entre algunos cristianos cuando se trata del estado civil de Jesús, en mi opinión el hecho de que él fue casado no le quita ni le perjudica su divinidad y su ministerio salvífico. Jesús como todo judío debió estar casado ya a sus 30 años de edad. Muchos interpretan que la esposa es el pueblo de Israel y que Jesús es el esposo. Inclusive se ha propuesto que se debe asociar a Dios con el esposo y a la iglesia (la congregación) con la esposa. Este significado, hasta cierto, es viable, aunque también se nos antoja que dicha interpretación mutila la esencia del matrimonio y, a decir verdad, no es realista con los pasajes del evangelio. Juan (el amigo del esposo), al referirse a Jesús como el esposo (en caso de que Jesús hubiera sido célibe), no parecería alagarlo, sino burlarse y convertirlo en mofa. Lo más posible es que los judíos no hubieran advertido el significado de fondo de las palabras de Juan y, sin embargo, no protestan diciendo que Jesús no tiene esposa. En síntesis, el evangelio nuevamente calla. O tal vez no, tal vez se nos lo ha dicho desde el principio, pero los ministros de la secta de Constantino se empecinaban en lo contrario. Ahora bien, ¿qué necesidad hay de que se mencione al esposo y a la esposa cuando se discute sobre el bautismo? A menos que Juan estuviera aludiendo a un procedimiento hermético, en el cual es matrimonio sólo es posible con la cooperación de la esposa (el bautismo iniciático se refiere a un trabajo en el que se debe llevar el agua a la cabeza. Generalmente se hace en una pila bautismal, misma que viene a representar al útero, al aspecto femenino).
Las connotaciones simbólicas de las bodas de Caná tendrían similares relaciones. En un aspecto simbólico, la transformación del agua en vino se refiere a un trabajo de alquimia en que se transmuta algo bajo en algo superior. No que el agua sea algo inferior, sino que aquí se representa su transmutación en algo superior. El milagro de las bodas consiste en la transmutación del agua en vino y es el primer milagro que debe obrar el iniciado. Ese vino no es para depositar en un odre descocido ni para extraerlo de su fuente sino que se debe de asimilar en el organismo.
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